¡Cristo ha Resucitado! ¡Verdaderamente ha Resucitado! Por eso el apóstol Pablo, escribiendo a los corintios, no duda en afirmar categóricamente que, si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe; más aún, seríamos los más miserables de todos los hombres, pues todavía permaneceríamos en nuestros pecados (Cf. 1Cor 15, 17-19); pero esto no fue así porque ¡Cristo ha Resucitado! ¡Verdaderamente ha Resucitado! Y así, el Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo nos ha bendecido en la persona de su Hijo con toda clase de bienes espirituales y celestiales destinándonos en Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos» (cf. Ef 1,3.5).
¡Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha Resucitado!, ¡Qué verdad tan maravillosa! ¡Jesucristo es el Rey vencedor! Porque «lucharon vida y muerte en singular batalla y muerto el que es la vida, triunfante se levanta pues la muerte en Él no manda»; esta es la verdad fundamental del cristianismo, ¡es el día en el que actuó el Señor! (cf. Sal 117). Son las fiestas de Pascua, es el acontecimiento por excelencia, ¡es nuestra alegría y nuestro gozo! En efecto, el mundo entero se desborda de alegría, y es que no podía ser de otro modo pues… ¿De qué nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados? Por eso, llenos de alegría cantamos con la Iglesia: ¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros! ¡Qué incomparable ternura y caridad! ¡Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo!… ¡Oh, Feliz la culpa que mereció tal Redentor!
¿De qué nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados?
¡Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha Resucitado! ¡Esto es un hecho!, y; sin embargo, aun siendo el acontecimiento más extraordinario de todos los tiempos, aun siendo el acontecimiento que hizo la noche clara como el día, nada significaría si nos negásemos a abrirle nuestra puerta al Resucitado para que ilumine nuestra vida con su Luz. El mismo Señor nos los dice: «mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3, 20).
Solo si dejamos que el Resucitado entre en nuestra casa podrá liberarnos de las tinieblas y sombras de muerte en las que vivimos, porque solo en la misteriosa cooperación de la gracia sobreabundante de Dios con nuestra libertad podemos ser arrancados de la oscuridad del pecado, ser restituidos a la gracia y ser agregados al número de los santos. Porque solo Cristo hace nuevas todas las cosas (Ap 21,5).
Sobre el autor
José Feliciano Salas González es seminarista de la Archidiócesis de Puebla (México). Entre sus aficiones está leer algún panfleto interesante, practicar senderismo y caminar. Sus santos favoritos son: San Ireneo de Lyon, Sto. Tomás de Aquino y el Santo Cura de Ars. Estudia actualmente 5º de Teología.