Monseñor Luis Javier Argüello García (Meneses del Campo, 1953) ve su propia vida «muy ligada a lo que significa la formación sacerdotal». Tras ser ordenado sacerdote en 1986, se desempeñó como formador (1986-1997) y rector (1997-2011) del Seminario de la Archidiócesis de Valladolid. Tras veinticinco años de servicio en el seminario, el arzobispo, Monseñor Ricardo Blázquez, hoy cardenal, lo designó como vicario general de la archidiócesis; y, hace cinco años, el Papa Francisco lo nombró obispo auxiliar de Valladolid. En 2018 fue elegido secretario general de la Conferencia Episcopal Española, para el quinquenio que se extiende hasta 2023.
D. Luis presidió este año la Misa del Espíritu Santo, que solemos tener en Bidasoa para el principio de curso. Aprovechando su presencia entre nosotros, el equipo de comunicación de Bidasoa ha querido entrevistarlo.
Formador y rector en el seminario, luego vicario general y obispo auxiliar de Valladolid, y, actualmente, también secretario general de la Conferencia Episcopal Española. ¿Se nota mucho el cambio?
Lo he vivido como un despliegue de la propia vocación, porque, de una u otra manera, todas estas responsabilidades tienen que ver con el cuidado de las personas y con el cuidado general de la vida de la Iglesia. En tanto que la Iglesia es una asamblea de llamados, de convocados —eso es lo que significa la propia palabra “Iglesia”—, puedo afirmar que todas las responsabilidades que me han correspondido están relacionadas con el cuidado de las vocaciones.
Ciertamente, en el seminario y como vicario general —no digamos ya como obispo auxiliar— he tenido una relación singular con los sacerdotes. En ese sentido, veo mi vida muy ligada a lo que significa la formación sacerdotal, ya sea la inicial o la permanente. Pero, a la vez, es verdad que la vicaría general y el ser obispo auxiliar me ha puesto en relación también con la vocación laical y con lo que ella significa, más en este tiempo, que es un tiempo misionero; así pues, debo subrayar también la corresponsabilidad de los laicos en la comunión y en la misión de la Iglesia. En todo caso, el amor a la Iglesia y el cuidado de la misma es el hilo conductor de todo lo que yo he vivido en todos estos años de ministerio.
Antes de entrar al seminario, usted estudió Derecho y luego fue profesor de Derecho Administrativo. ¿Enriquece la vocación sacerdotal estudiar una carrera civil antes del seminario? ¿Es necesario?
Yo creo que el Señor piensa en nosotros y nos llama desde el seno materno; desde que hemos sido llamados a la vida, la vocación está. Con esto quiero decir que el Señor no juega con nosotros; cuando nos ha pensado y nos ha formado, nos ha llamado a un plan. Somos nosotros los que tenemos que ir cayendo en la cuenta de ese plan.
Dicho esto, creo que estamos viendo un manifestación de una situación nueva de la Iglesia. Las características del tiempo que nos toca vivir y hacer presente a Jesucristo son diferentes y esto hace que también lo sea la forma de caer en la cuenta de la llamada y el camino que el Señor tiene previsto para ir formando nuestro propio corazón.
Lo que dejas atrás, el Señor te permite recuperarlo, pero con un nuevo rostro.
Hay muchos jóvenes que han realizado sus estudios de enseñanza media y luego han ido a la universidad, o a otro tipo de experiencias profesionales o laborales, y desde ahí —habiendo compartido su propia vida cristiana con otros hombres y mujeres en el camino de la evangelización en la vida de la Iglesia, o a veces habiéndose convertido en este mismo tramo de su propia existencia— descubren su vocación. Pienso que esta experiencia de haber estado insertos en los ambientes de las instituciones propias de nuestro mundo suponen un valor añadido a lo que significa nuestra vocación de hacer presente a Jesucristo en el mundo de hoy.
Esto sin dejar de lado —insisto en mi convicción— que el Señor nos llama desde el seno materno. Tienen importancia también las vocaciones que aparecen en la adolescencia; y de ahí la trascendencia de la pastoral vocacional con niños, con adolescentes, en cualquier momento, en cualquier edad, porque en definitiva se trata de ayudar a caer en la cuenta del plan que Dios tiene para cada uno de nosotros. Algunos necesitamos más tiempo para caer en la cuenta de lo que Dios quiere y otros afortunadamente se enteran pronto (en este momento se ríe) de lo que Dios quiere para ellos; pero es verdad que reconozco que incluso ahora en mi propio ejercicio del episcopado, y no digamos de la tarea de la secretaría de la Conferencia Episcopal Española, el haber pasado por la universidad, el haber estudiado en concreto Derecho, el haberme dedicado al Derecho Público, supone para mí, en este momento, una ayuda, porque lo que dejas atrás el Señor te permite recuperarlo, pero con un nuevo rostro.
Unos entran al seminario recién salidos del colegio, otros después de estudiar la carrera y otros tras años de experiencia laboral. Son diversísimas las experiencias personales de cada seminarista. ¿Cómo afrontar la formación de personas con historias tan diferentes?
Las procedencias son diversas desde la riqueza de la propia vida de la Iglesia, pero desde ahí todos estamos llamados durante el periodo formativo a dar forma al corazón.
Todos hemos recibido en el Bautismo la novedad del amor del Señor. En el camino formativo, ese amor tiene que adquirir una forma, una forma integral; por eso, la propuesta formativa que la Iglesia ofrece en todos los seminarios del mundo es una propuesta que se trabaja en diversas dimensiones. Las características de la cultura contemporánea piden que el subrayado de la formación humana sea muy importante, puesto que se ha puesto en cuestión la misma antropología. Esa formación humana se va acrisolando con la formación intelectual, en el esfuerzo y sacrificio del trabajo propio de los estudiantes de filosofía y de teología; asimismo, en esa misma formación humana tiene una importancia grande la dimensión comunitaria, porque el roce con los otros es muy importante.
El troquel que da forma al corazón es el Espíritu Santo.
Conviene tener en cuenta que lo humano da sus frutos cuando hay un buen coloquio con la gracia, porque somos naturaleza y gracia. La dimensión espiritual no es ajena a este camino de formación humana ni tampoco lo es el llevar en el corazón la pasión apostólica por evangelizar; la dimensión pastoral también nos ayuda.
¿Qué cuálidades debe tener un formador para llevar a feliz término esta formación integral?
¡Pobres formadores! Cuando se lee en el plan de formación que acabamos de sacar en España, siguiendo la Ratio Fundamentalis, lo que se le pide a un formador, uno dice: «¡Dios mío, esto es más grande que yo!».
El formador ha de ser consciente de que tiene una vocación parecida a la de San José, al lado de María y de Jesús que crece. Es el testigo de la acción del Espíritu Santo, el colaborador de la acción del Espíritu Santo, que ayuda a preparar el gran acontecimiento. ¿Cuál es el gran acontecimiento de la vida de un seminario? Pues cuando los seminaristas se ordenan: eso es un acontecimiento del Espíritu Santo. Entonces yo creo que un formador tiene que ser una persona equilibrada en todas esas dimensiones formativas, tiene que ser un testigo de aquello mismo en lo que quiere formar y sobre todo tiene que ser humilde para saber Quién es el que realmente ha llamado y Quién va a dar la forma; el troquel que da forma al corazón es el Espíritu Santo.
Evidentemente, se pide acompañamiento, se piden clases de formación, se pide asegurar una disciplina, se pide saber corregir; pero todo esto sabiendo que lo que ocurre en un seminario siempre es fruto de la llamada del Señor.
Hace unos días usted publicó un tuit en el que hablaba de los virus que amenazan a la sociedad moderna. ¿Cómo nos podemos “vacunar” frente a ellos?
Todos esos “ismos” del tiempo moderno, o post-moderno más bien, tienen como raíz querer entender la vida, vivir la vida y construir la propia humanidad como si Dios no existiera. Pero como el corazón humano está bien hecho y está hecho para Dios, cuando se vive sin Dios hay como unos agujeros, como unas carencias, que tratamos de llenar de cualquier manera, afirmando la propia libertad, la propia autonomía, o entregando el corazón a cualquier ídolo del dinero o del propio prestigio, o de tantas y tantas cosas. La soledad que termina produciendo el individualismo trata de ser llenada con una cosa u otra; por eso, creo que podríamos decir que la gran vacuna es la gracia de Dios, es contar con Dios, es vivir en Dios.
Yo hice el tuit porque hay una cosa que me ha llamado la atención en estos largos meses de pandemia en la propia vida de la Iglesia. Hay que ver ahora cómo todo mundo nos lavamos las manos, algunos antes de comulgar o de distribuir la comunión, pero… ¿Hemos preparado el corazón cuando venimos a comulgar? ¿Cuidamos el ambiente del templo y de la liturgia? Así como estamos haciendo ahora para cuidarnos de no contagiarnos y de no contagiar a otros por el coronavirus, de ese otro virus, que es más horrible, el pecado, ¿somos conscientes de que existe? ¿Caemos en la cuenta de él a la hora de acercarnos a comulgar? ¿Y a la hora de cuidar las relaciones con los otros, a la hora de querer ser buenos vecinos que no contagian?
La gran vacuna es la gracia de Dios, es contar con Dios, es vivir en Dios.
Veo que nuestra sociedad se ha sensibilizado muchísimo y hemos tomado medidas de todo tipo, estamos también con las vacunas, pero esos otros virus que ya estaban y que siguen estando y que en realidad tienen un nombre, que es el virus del pecado, ¿hemos caído en la cuenta de que existe una vacuna? Es Jesucristo, que ha muerto por nosotros y que nos ofrece la gracia que cura el corazón; esa es la inquietud que esta detrás de esos 240 caracteres del tuit, que no permiten explicar todo lo que estoy explicando ahora. Es algo que me ha llamado la atención al ir de visita pastoral a unos sitios y otros, y ver cómo cuidamos el aspecto externo, pero que a veces se descuida el aspecto interno.
Como secretario general de la Conferencia Episcopal Española y portavoz de los obispos, ¿qué mensaje daría a los seminaristas para mantener la alegría de la vocación sacerdotal?
Lo que Jesús dijo cuando llamó a aquellos de la primera hora; el Señor dijo a los apóstoles que vinieran a estar con Él para enviarles a predicar. Es un doble movimiento, que es el doble latido del corazón: la intimidad con el Señor y el celo por anunciar el Evangelio, por la misión.
Para que haya alegría en el corazón tiene que haber contacto con el Señor y angustia por las ovejas que están sin pastor
El plan de formación en España se titula «Formar pastores misioneros». Nosotros necesitamos mucho este giro aquí [en España], ustedes [seminaristas de Bidasoa] vienen de diversos lugares del mundo y seguramente las situaciones sean diversas, pero en estas iglesias ya muy antiguas en las que estamos viviendo con una gran fuerza la secularización nos esta resultando muy difícil dar este otro giro más apostólico, más misionero, que está en el origen de la llamada.
Para que haya alegría en el corazón tiene que haber contacto con el Señor y angustia por las ovejas que están sin pastor. Hay que tener ese doble latido; por un lado, un latido de alegría y, por otro, el latido de dolor de amor, porque hay tanta gente que no conoce a Jesucristo.
¡Ánimo! Estamos comenzando el curso; que sea para todos vosotros, queridos amigos, una ocasión de seguir creciendo en dar forma al corazón, en esa forma singular que la Iglesia llama la caridad pastoral: es la forma del corazón propia de los que hemos sido llamados al ministerio ordenado. Que sea un buen año para este camino formativo.