El protagonista de la evangelización es el Espíritu Santo y no nuestra genialidad

Reflexionando sobre la disponibilidad de María para responder con rapidez a la vocación que Dios la llamaba descubro que esto es manifestación de un proceso personal, de un camino que se anda en el silencio y en la interioridad. María tenía un corazón dispuesto para atender la llamada de Dios, por más desconcertante que eso fuera.

De igual manera descubrí, con alegre sorpresa, que muchos jóvenes de todas partes del mundo dispusieron su corazón, en la intimidad de sus hogares o desde la particularidad de su comunidad diocesana o parroquial, para ser “los que siguen al Cordero a dondequiera que vaya” (Ap 14, 4).

Reunirme con jóvenes de mi diócesis de origen me recordó la energía y vitalidad con que inició mi llamado vocacional. Algunos tenían años de experiencia de servicio en las comunidades parroquiales, otros la iban comenzando y otros más habían tenido que saber conjugar su apostolado con la vida laboral y sus implicaciones. Lo que tenían en común era la necesidad de acercarse al Señor y la disposición para dejar que Él les ayudara a lograrlo.

El protagonista de la evangelización es el Espíritu Santo y no nuestra genialidad

César Arturo Sánchez, seminarista de la Arquidiócesis de Monterrey.

De Monterrey, mi diócesis, viajaron a la JMJ más de 100 jóvenes. Ver de cerca a mis paisanos fue reconfortante porque experimenté la realidad que había dejado hace ya un par de años: la vehemencia, la pasión, el ansia y deseo de emprender todo tipo de iniciativas y proyectos en favor de la evangelización y del testimonio. Escuchar sus inquietudes hizo arder en mi corazón el deseo de disponerme aún más a la voluntad de Dios. 

Quien ha respondido a Dios para seguirle más de cerca en un apostolado sabe que “si el Señor no construye la casa, en vano se afanan los albañiles (Salmo 126, 1a) por lo que es conveniente no perder de vista que aunque sean muchas nuestras propuestas el protagonista de la evangelización es el Espíritu Santo y no nuestra genialidad. Eso nos recordó la JMJ.

Reunirnos con el Papa fue una experiencia única. Ver al vicario de Cristo provoca un cúmulo de sensaciones indescriptibles, replantea los razonamientos y motiva la voluntad a un sinfín de propósitos y emprendimientos. El mensaje del Papa, simple y sencillo, nos recordó lo esencial en el seguimiento del Señor y la vida de servicio, a imagen de María. Este mensaje tocó la intimidad de cada uno de los que estuvimos ahí compartiendo la fe con él.

El himno “mentes cansadas” describe perfectamente el encuentro de fe que hemos vivido en Lisboa, un encuentro que nos llenó de agua viva y reconfortó nuestra esperanza.

Cuando reflexionamos sobre nuestros esfuerzos y fatigas, logros y fracasos nos damos cuenta de que mal consejero es el mundo, pues nada sacia, per se, la sed que el hombre tiene inscrito en lo más profundo del corazón. Todo lo bueno, de provecho y loable es nada si no es respuesta de amor al llamado de Dios, como dice el Apóstol: “si no tengo caridad, nada me aprovecha” (1 Cor 13, 3).

La JMJ me deja un mensaje que recuerda lo que el Señor ya ha dicho: No tengas miedo (cf. Is 41, 10; Mt, 14, 27), ven a mí cuando estés cansado y agobiado que yo te daré alivio (cf. Mt 11, 28). El Papa Francisco nos recordó que en la familia de Dios, la Iglesia, caben todos, todos, todos. 

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