El seminarista Johnmary Mayanja Jjemba, de la Arquidiócesis de Kampala-Uganda, nos cuenta su testimonio como peregrino en la pasada Jornada Mundial de la Juventud.
Muchas veces tenemos deseos y no sabemos que los podemos llegar a cumplir. Yo soy un testigo del fruto de la oración. Fui a la Jornada Mundial de los Juventud (JMJ), no únicamente producto de mis esfuerzos, sino, sobre todo, por la divina providencia. Recordé lo que dice San Josemaría: “tú no tienes nada, no vales nada, no puedes nada. El obrará, si en Él te abandonas”. Es justo lo que hice en la oración, dejé todo en las manos de Dios, poniéndolo bajo la intercesión de nuestra Madre, la virgen María. Dios me dio una gracia que nunca olvidaré: ir a Lisboa. Todas las circunstancias de mi participación en esta JMJ de Lisboa me enseñaron que Dios nos escucha si rezamos con confianza.
En la madrugada del 31 de Julio, llegué al seminario diocesano de Logroño donde nos reunimos para empezar el viaje a Lisboa. Del grupo de la JMJ Lisboa sólo conocía al rector del seminario de Logroño y al único seminarista mayor de esa misma diócesis. En el grupo de peregrinos estaban jóvenes logroñeses, junto al obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño.
Para mi la JMJ fue una experiencia muy especial; dormíamos en un saco de dormir y esterilla. La gente transmitía una alegría muy especial, ayudándose unos a otros. Me llamó la atención la paciencia que los jóvenes mostraban en las colas de comida, ¡era increíble!
Pude sentir la universalidad de la Iglesia porque había gente de casi todas las partes del mundo. Lo que me gustó mucho es que, aunque hablamos distintas lenguas, hay gestos que nos unen; por ejemplo, la señal de la cruz, arrodillarse en la consagración, etc.
La hospitalidad de los ciudadanos y la gran ayuda que ofrecían voluntarios hacían que la experiencia de la JMJ se viviera con mayor intensidad y agradecimiento. Ellos estaban muy atentos a las necesidades de los peregrinos. Como hacía calor recuerdo que, por la calle, una familia rellenaba las botellas de los peregrinos que no tenían agua. La misma familia también puso una manguera por la ventana para que los peregrinos pudiéramos lavar nuestras caras con un poco de agua fresca, ¡que buenos samaritanos nos encontramos en Lisboa!
Aunque algunas personas consideraron la peregrinación como un momento para hacer turismo, disfrutar las fiestas o ferias, reunirse con amigos o como una opción de escape a sus rutinas diarias, habían otras (la mayoría) que buscaban algo más, buscaban acrecentar la fe.
Algunas palabras del Santo Padre alegraron mucho a los jóvenes, de tal forma que pudieron convertirse en un punto de inflexión que les motivara a tener un cambio de vida. Me gustaría recordar aquí algunas de estas palabras que dirigió el Papa: “La Iglesia es para todos (…). Somos amados como somos (…). En la Iglesia hay Lugar para todos, porque la Iglesia es la madre de todos (…). La única oportunidad, el único momento en que es licito mirar a una persona de arriba abajo es para ayudarla a levantarse, en la vida nada es gratis, todo se paga, solo hay una cosa gratis, el amor de Jesús”.
La presencia del Santo Padre nos dio mucha alegría. Junto a unos amigos quedamos muy alegres porque tuvimos una oportunidad de verle muy cerca, y fue una gran experiencia. Finalmente, vi que los jóvenes tienen sed de conocer Dios. Ellos buscan y necesitan un acompañamiento que les lleve hasta ese conocimiento. Como soy seminarista y he visto esa necesidad, de la JMJ traigo el compromiso de prepararme bien para poder ayudar a los jóvenes a su encuentro con Dios.