La conversión de San Pablo

ÓSCAR TORRES.- El 25 de enero la Iglesia celebra la fiesta de la Conversión de San Pablo. Aprovechando esta ocasión, podemos contemplar —por medio de un óleo sobre lienzo del pintor del Barroco español Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682)— el momento que cambió por completo la vida del Apóstol de los gentiles: a partir de su encuentro con Jesucristo Resucitado pasó de perseguir enconadamente a los cristianos a ser una sólida columna de la Iglesia por su predicación y celo misionero.

Pablo se describe a sí mismo como perteneciente al «linaje de Israel, (…) hebreo, hijo de hebreos, y, ante la Ley, fariseo; a causa del celo por ella, perseguidor de la Iglesia» (Filipenses 3, 5-6). Su animadversión por los seguidores de Jesús era de tal magnitud que llegó a aprobar el martirio de san Esteban; luego pidió cartas al Sumo Sacerdote para las sinagogas de Damasco, con el fin de llevar detenidos a Jerusalén a todos los cristianos que hallara en su viaje (cfr. Hechos 9, 1-2). Sin embargo, en aquel camino todo cambiaría radicalmente al salirle Jesús a su encuentro de una manera insospechada, según la narración de los Hechos de los Apóstoles (9, 1-9).

Las obras de arte son capaces de reflejar de algún modo la infinita belleza de Dios y de dirigir el pensamiento de los hombres hacia Él

San Juan Pablo II, Carta a los artistas, 11.

Precisamente, este fue el relato que serviría de inspiración a Murillo. Encontramos en su óleo un gran contraste de color, luz y figuras entre el espacio que ocupa Jesucristo, a la izquierda, el cual aparece radiante y con una luminosidad que cae del cielo hacia el lugar que ocupa san Pablo, y el otro espacio que aparece oscuro, denso, con movimientos impetuosos detrás del Apóstol, que es la figura central del cuadro, y es el único que puede ver la luz de Cristo que le deja ciego, y escucha su voz que le llama por su nombre.

A san Pablo se le representa caído de su caballo y acompañado por otros inquisidores, los cuales se hallan confundidos al oír la voz celestial sin poder ver nada; por eso les envuelve un paisaje negrusco. La elegante figura del perseguidor tendido en el suelo y levantando sus brazos se equilibra con el ambiente de turbación entre los hombres que le siguen, mostrando así la extraordinaria capacidad del pintor sevillano para llenar de dramatismo sus obras sin caer en la exageración.

Para que en su corazón resplandeciese la luz interior se le privó temporalmente de la exterior; se le quitó al perseguidor para serle devuelta al predicador. Y durante el tiempo en que no veía nada, veía a Jesús

San Agustín, Sermón 279

Murillo escribe, saliendo de la boca del Señor, las palabras que dirige a Pablo: Saule, Saule, quid me perséqueris («Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?»). Jesús no dice: «¿Por qué persigues a mis discípulos?», sino que se identifica con ellos: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues»; es esta la respuesta a un Pablo asombrado que solo logra preguntar ante tan espectacular momento: “¿Quién eres tú, Señor?”.

En las frases de Cristo resuenan las afirmaciones del Evangelio de san Mateo: “Cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mateo 25, 40). Se trata de una consoladora y exigente realidad para nosotros, ya que los sufrimientos de los creyentes son los del mismo Cristo, y por esta misma razón hemos de tratar al prójimo de la misma manera como trataríamos al Señor.

Cumpliendo lo señalado por Jesús, san Pablo y los demás, después de este acontecimiento, continuaron su viaje a Damasco, donde al cabo de tres días el Apóstol fue curado de la ceguera y recibió el Bautismo. La contemplación del cambio de vida de este gran santo nos puede ayudar a tomar conciencia de que nuestra conversión personal no es ante todo un esfuerzo humano: es el Señor quien toma la iniciativa y sale a nuestro encuentro; solo Él es capaz de transformar nuestro corazón, nuestro pensamiento y nuestros planes, si estamos enteramente disponibles a su acción, tal como lo hizo san Pablo.

El autor

Óscar Torres Ávila es seminarista de la Arquidiócesis de Ibagué (Colombia). Organista de Bidasoa, es Maestro en Música con énfasis en piano. Su santo favorito es San Josemaría Escrivá. Le gusta mucho la historia del arte. Estudia 3º de Teología.

Comparte esta nota: