En la Liturgia de las Horas de estas tres semanas de Cuaresma hemos leído la misma lectura breve; es decir, Dios nos va repitiendo o nos está machacando la misma cosa una y otra vez. Nosotros, por nuestra parte, también estamos respondiendo con el mismo responsorio. Pero ¿Qué sentido tiene esto?
No tenemos que cansarnos de levantarnos de nuestros pecados
Es la realidad de continuas intervenciones de Dios en favor de los hombres; de nuestra propia historia, nuestra vida personal. Es la constante llamada de Dios a la fidelidad de la Ley, a ser su pueblo, a ser sus hijos. Pero la diferencia está en que Dios nunca se cansa de llamar una y otra vez al hombre. Lo hace continuamente de muchas maneras.
La misericordia de Dios es infinita y no se agotan sus bondades, pero sí que el hombre puede cansarse en su respuesta a Dios. Podemos cansarnos de levantarnos una y otra vez. Es esto lo que debemos cuidar; no tenemos que cansarnos de levantarnos de nuestros pecados. Lo peor no está en caer sino en el cansancio y desánimo de levantarse una y otra vez; ciertamente podemos caer en el cansancio y en el desánimo, pero no debemos olvidar que si nos cansamos nosotros ¿Quién va a levantar a nuestros hermanos que esperan nuestra mano para ayudarles?
Meditando el Vía Crucis nos encontramos con una buena imagen de Cristo; me refiero a la imagen de Cristo levantándose las tres veces que cae. Por lo tanto, ahora es el tiempo favorable, el tiempo de la misericordia, para poder levantarnos de nuestras faltas y así conducirnos por el camino que nos conduce al Padre. Pero esto no debe suceder solamente en la Cuaresma, sino durante toda nuestra vida. No hay que cansarnos de acudir al Señor en nuestras dificultades y fragilidades, solo así seremos fuertes y fieles.
No hay que cansarnos de acudir al Señor en nuestras dificultades y fragilidades
San Pablo nos exhorta a que no demos descrédito a nuestro ministerio, y que siempre demos crédito de ser verdaderos servidores de Dios. La palabra que San Pablo nos dice aquí es “διακονία” (diakonia) y “διάκονοι” (diakonoi). Sabemos que no se está refiriendo estrictamente al grado del Orden Sagrado de los diáconos, sino a ser servidores, ministros, y buenos administradores.
Ayer hemos celebrado a un modelo de un buen administrador y servidor que Dios nos ha dado: San José. Dios le puso al frente de su familia humana, dejó bajo su fiel custodia a sus dos mayores tesoros: a su Hijo y a la Madre de su Hijo. Así nosotros también somos administradores, custodias y diáconos (servidores) de los bienes de Dios. No solamente en la celebración de los sacramentos o en la Liturgia, sino también en el trato con nuestros hermanos, pues son dones de Dios para nosotros, por tanto tenemos que preocuparnos y velar por su santidad.
Sobre el autor
Shehan Mario Fernando Kandanearachchi es diácono de la Archidiócesis de Colombo (Sri Lanka). Entre sus aficiones está: leer, correr y escuchar música. Su santo favorito es el Padre Pío. Estudia la licenciatura en Teología Bíblica.