El Evangelio de San Juan relata en su último capítulo la confesión del Primado de San Pedro, donde Jesús, el Buen Pastor, cura a la oveja herida, confirmándole un encargo: “apacienta a mis ovejas” (Jn 21, 15-17). Es sólo desde esta imagen como podemos comprender el horizonte de la dimensión pastoral. Los discípulos antes de ir a la misión: “vayan por todo el mundo y
prediquen el Evangelio” (Mc 16, 15) tienen un encuentro con Cristo, el Señor. Es Jesús el médico que repara las heridas.
El seminario es un tiempo para dejarse curar por Cristo a través de sus
sacramentos, la oración, la dirección espiritual y demás medios. Por nuestra gracia bautismal, participamos del sacerdocio común y somos Cristo Sacerdote, Profeta y Rey. Por ello, somos llamados a colaborar en la edificación de la Iglesia.
“No digas que soy muy joven, porque allá donde te envíe, irás, y todo cuanto te ordene, lo dirás” (Jr 1,7). Sin duda, Dios no deja de sorprenderme, siempre me lleva a lugares donde nunca imaginé estar. Me regala la oportunidad de conocer cada día personas maravillosas que contribuyen de un modo en mi formación sacerdotal. Así fue como este verano tuve la oportunidad de realizar mi servicio pastoral en mi querida Diócesis de Tabasco, en el sureste mexicano.
Al llegar a la diócesis, mi obispo me pidió ir a una comunidad parroquial situada en la región de los ríos del estado. En la parroquia de Nuestra Señora del Rosario, en el municipio de Emiliano Zapata. Tuve la dicha de compartir la fe con esta comunidad parroquial, donde más que trasmitir lo aprendido en estos años de seminario, aprendí de ellos, con su sencillez, la alegría del Evangelio.
Y es que Dios se hace presente en la sencillez. Por su puesto, ayudé en aquello que podía realizar y que se me encomendaba: la catequesis de catecúmenos, acompañamiento a grupos de jóvenes, monaguillos, equipos de liturgia, visitas a las comunidades más apartadas de la sede parroquial para realizar pequeños encuentros de formación bíblica, y algunas celebraciones de la Palabra, entre otras muchas cosas.
Pero más allá de las actividades pastorales, más allá en el dar, recibí mucho de la humildad y calidad de la gente. Fue en ese acercamiento al pueblo de Dios donde pude ver el rostro de Cristo, y así animarme para seguir caminando juntos, en sinodalidad, como nos invita el Papa Francisco.
La pastoral es un descubrir la acción del Espíritu Santo en las comunidades eclesiales. Por tanto, no debemos olvidar comunicar la caridad de Jesucristo, que quiso ser el servidor de todos, y a ejemplo suyo servir a nuestros hermanos. La misión nunca termina, es permanente, y durante el tiempo de pastoral se da la ocasión para poder ser audaces y creativos en la evangelización, en mira siempre de una autentica conversión, que lleve a las almas hacia Dios. No olvidemos a Jesús Sacramentado, ya que la adoración eucarística debe ser indispensable en nuestras vidas, que seamos siempre amigos íntimos de Dios, y ofrezcámosle lo que hay en lo profundo de nuestros corazones.
El poder ir a la diócesis representa el mirar la realidad pastoral de la Iglesia local, sus necesidades y sus carismas, sus retos y sus riquezas. Fue un tiempo de gracia para poder continuar en comunión con mi obispo, el clero y todo el pueblo de Dios. Tiempo para poder visitar a mis compañeros del seminario diocesano, el corazón de la diócesis. Tiempo de encuentro, de presencia, participación y de misión.
A la vez, fue la oportunidad para seguir planteándome: ¿Qué clase de pastor de almas quiero ser?; sin duda nuestro único modelo debe ser Jesucristo, el Señor. Que al final de mis días pueda ser siempre fiel, y poder decir como afirma el Apóstol “He peleado el noble combate, he alcanzado la meta, he guardado la fe” (2 Tim 4, 7).