María: regazo de Dios que se encarna.

El Misterio de la Encarnación del Verbo, ha sido, es, y seguirá siendo el hecho más trascendental de la historia humana. Así ha sido atestiguado por siglos y siglos, pues desde antes de su llegada a la tierra ya se le esperaba, y tras su llegada a nosotros, más de dos mil años después, seguimos teniéndolo como marco de referencia.


Con el Verbo inicia nuestra era, la era cristiana. Es Él el centro de nuestra historia. Hacia Él se han dirigido los honores y tributos de numerosos pueblos y naciones. Su vida, humilde y entregada al servicio de los demás, ha sido inspiración de millares de personas que tratando de imitarle han decidido dejar todo para seguir su ejemplo.


Es precisamente en su vida donde debemos fijar nuestra atención, pues siendo Rey y Señor del Universo se despojó de todo por Amor. El Amor justifica su entrega generosa hacia cada uno de nosotros. Cristo, teniendo todo a su disposición ha querido nacer en un portal, rodeado de animales.


Ciertamente es una cuestión que a los ojos de la modernidad es inconcebible, pero observando esto con una mirada sobrenatural es un hecho lleno de sentido. Desde su sencillo nacimiento Cristo quiere dejarnos una enseñanza que perdure para toda la eternidad: no son los honores y tributos del mundo los que importan.


Junto a Cristo, María, su Madre, es también destinataria de nuestra más
profunda veneración. Una mujer de nuestra raza, un ser humano como
nosotros, pero destinada desde el principio para ser la Madre del Salvador, nos ha dejado como lección el cumplir siempre la voluntad de Dios, aunque las cosas no se vean muy claras a nuestros ojos hay que fiarnos de Él.


En este adviento, mientras preparamos la venida del Salvador, María nos
puede acompañar en el camino. Nadie mejor que ella para ayudarnos a
preparar nuestro corazón para recibir a su Hijo. Ella que se preparó durante nueve meses para recibirle, llegado el tiempo del parto tuvo que soportar muchas vicisitudes, frente a las cuales no se dio por vencida, al contrario, luchó con valor de mujer y de madre para poder salir adelante.


María, la más bella de las criaturas creadas por Dios, la sin mancha. La mujer que con su “sí” valiente y decidido llenó de alegría a toda la creación, pues sería la portadora del redentor. Esta sencilla mujer de Nazaret se convertiría, por su fe en Dios y por su amor de Madre, en inspiración de numerosos autores que han dedicado a ella hermosos escritos y sublimes cantos que exaltan su grandeza.


Uno de los cantos más preciosos que exultan a la toda “llena de Gracia” es un antiguo himno de origen bizantino llamado Akathistos. El Akathistos expresa esa devoción tan profunda hacia la madre de Dios que caló fuertemente en los corazones de todos los primeros cristianos, pues es un himno que data de mediados del siglo V; siendo así una de las primeras manifestaciones del culto a la “Theotokos” (Madre de Dios).


Más cosas se podrían decir de María, pero todas ellas no harían sombra a lo
que realmente es la Madre de Dios, y ciertamente, ninguna de ellas sería tan sublime como las expresiones que los primeros cristianos dedicaban a la Reina del cielo y que se recogen en el Akathistos.


El coro de nuestro seminario canta y alaba a esta virginal Doncella con este
himno. De esta manera nos preparamos para recibir del vientre de María al “Sol que nace de lo alto”. De igual forma nos unimos a todos los que han entonado este bello himno diciendo juntos: Salve, oh tallo del verde Retoño, Salve oh rama del fruto incorrupto.

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