JOSÉ PABLO HERNÁNDEZ.- Cuando se lee a un escritor cualquiera, uno se ve implicado en el drama de la obra y de la vida del autor. Se “degusta” aquello que él ha querido transmitir, sintiendo con sus mismos sentimientos. Si esto acaece con el escritor profano, de manera más intensa vibrará el corazón con la lectura de los Padres de la Iglesia, aquellos que fueron testigos privilegiados de la predicación apostólica y que —como diría San Juan Pablo II— a través del Evangelio dieron vida y construyeron la Iglesia de Dios en sus estructuras primordiales.
Por eso, con afán de profundizar en el conocimiento de nuestra rica tradición teológica, hemos iniciado en Bidasoa un club de lectura sobre los Padres de la Iglesia. La idea de este círculo patrístico ha sido del seminarista Luis Alfonso Irene (Arquidiócesis de Monterrey, México), y del cual yo soy un colaborador.
¿Por qué leer a los Padres?
Al leer a los Padres, los candidatos al sacerdocio tomamos conciencia del inmenso tesoro que representan las obras patrísticas en el quehacer teológico. El cristiano moderno —y sobre todo, el seminarista— es deudor de aquellos grandes hombres que supieron hacer vida su fe. Los Santos Padres no son personajes de un tiempo sin relación con el presente; ellos, como todos los santos, tienen muchísimo que enseñar a la Iglesia; sus reflexiones dan a la exégesis actual, por ejemplo, un alma espiritual muy provechosa.
Además, los Padres son ejemplo de virtudes. En estos santos varones vemos cómo la docilidad a Dios puede hacer muchísimo bien. De San Gregorio de Nacianzo y de San Basilio, y de lo escrito por San Ambrosio, v.gr., podemos aprender lo importante de la virtud de la amistad, y cómo esta acerca a Dios, a pesar de las vicisitudes del camino o las diferencias del carácter, lo que resulta un aliciente a forjar relaciones verdaderas cuyo centro sea Dios y su gloria.
La Iglesia vive todavía hoy con la vida recibida de esos Padres; y hoy sigue edificándose todavía sobre las estructuras formadas por esos constructores, entre los goces y penas de su caminar y de su trabajo cotidiano.
San Juan Pablo II
También son hombres de honda piedad. Los Padres de la Iglesia nos invitan a rezar, a un contacto más íntimo con Dios. Por amor a Dios, no escatiman sufrir persecución, destierro o la muerte. Nada tiene valor para ellos, y pueden exclamar junto a san Pablo: Todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo.
Estos santos son faros en el andar vocacional, pues han sabido configurar su corazón con el Corazón de Cristo. Enseñan a tratar a las almas, a entregarse por ellas, y el modo en que debemos custodiar el tesoro que llevamos en vasijas de barro.
Leemos a los Padres de la Iglesia porque todos nosotros, somos quasi nanos gigantium humeris insidentes, como enanos a hombros de gigantes; y una y otra y otra vez, a lo largo de la vida, se nos hace necesario volver la mirada a aquellos que nos han precedido, para que, ayudados por la gracia y el ejemplo de estos gigantes, podamos dar respuesta a los retos que afrontamos y distribuyamos al pueblo cristiano la doctrina de Jesucristo, leche y miel de los hombres.
El autor
José Pablo Hernández Quiñónez es seminarista de la Arquidiócesis de Santiago de Guatemala (Guatemala). Le gusta escuchar música y leer, sobre todo, literatura latina. Entre sus santos de referencia están la Virgen María, San Francisco Javier y San Josemaría. Estudia actualmente 3º de Teología.