«María se levantó y partió sin demora» (Lc 1,39), fue el lema que el Papa Francisco eligió para la XXXVIII Jornada Mundial de la Juventud, realizada en Lisboa, Portugal, del 1 al 6 de agosto del 2023.
Veía muy lejana la posibilidad de participar en una JMJ y ver al Santo Padre personalmente. Dios, una vez más, me ha primereado para conducirme a su encuentro permitiéndome compartir, alimentar, reafirmar la fe y su amor.
Desde Tui, Galicia, salimos hacia Lisboa un pequeño grupo conformado por nueve personas (procedentes de España, Nicaragua, México, República Dominicana y Argentina), entre peregrinos laicos y un sacerdote. Compartimos los días en las diócesis en la ciudad portuguesa de Viana do Castelo y encomendamos los frutos de la JMJ en manos de Nuestra Señora de Fátima visitándola en su santuario. En Lisboa nos ha acogido una familia que tenía a su cuidado una capilla dedicada a Santa Filomena. En ella vivíamos la celebración de la Santa Misa diaria y, posteriormente, nos sumábamos a las actividades oficiales de la JMJ.
Varias frases del Papa Francisco quedaron en mi memoria. En las palabras de apertura el Santo Padre nos invitó a pensar que «Dios nos ama como somos, no como quisiéramos ser o como la sociedad quisiera que seamos». Al día siguiente, antes de comenzar el camino del Vía Crucis, nos animó a correr el riesgo de amar porque Jesús siempre nos acompaña a lo largo de la vida, en nuestros sufrimientos, ansiedades y miserias: «Jesús, camina a la Cruz, muere en la Cruz, para que nuestra alma pueda sonreír». Luego, en la Vigilia nos ha dicho: «la alegría es misionera, la alegría no es para uno, es para llevar algo», por lo tanto, «podemos ser, para los demás, raíces de alegría», aunque implique esfuerzo y caídas porque «solo hay una cosa gratis: el amor de Jesús».
Seguramente la experiencia de ver al Papa fue especial para todos. En lo personal vi un rostro cansado propio de la edad, pero que transmitía la alegría del encuentro y de la entrega a la voluntad de Dios.
Pablo Navarro, seminarista de Argentina.
Recuerdo la gracia de experimentar la oración junto a miles de jóvenes en distintas lenguas en torno a la Eucaristía. También, en una oportunidad al retirarme de una actividad vi acercarse hacia mí a dos personas caminando con las banderas de Rusia y Ucrania que me pidieron una foto. Ambas experiencias las tomo como ratificación de la fe en el Único Dios, que es Padre y nos quiere a sus hijos unidos sembrando paz en todo el mundo, esto es, ser testimonio vivo de su presencia. Donde está Dios hay paz.
«No tengan miedo» nos decía el Santo Padre en la Santa Misa de envío. Pues, es el amor de Dios el que nos da el coraje de ir hacia adelante a pesar de las limitaciones; de aceptar la vida como viene sin maquillaje; de jugárnosla con generosidad cuando nos invita a una vocación concreta; de no cerrarnos en nuestros egoísmos y servir; de ser jóvenes alegres que a pesar de las caídas queremos caminar juntos.
Que la Santísima Virgen María nos ayude en este momento presente, envueltos en nuestras labores ordinarias, a expresar la gratitud por lo que hemos recibido, alimentados por la Eucaristía y conducidos por la Palabra de Dios, que nos educa en el amor y su luz que ilumina nuestras ganas, nuestra mente y corazón.