La nubes grises de la tarde del 12 de mayo auguraban lo peor. Si se desataba la lluvia, no podría tener lugar la actividad prevista por la comisión de piedad popular de Bidasoa para después de la cena: queríamos agasajar desde la víspera a la Virgen de Fátima con un Rosario acompañado por una procesión de velas en el jardín.
Cuando sonó la campana anunciando el fin de la cena, más de uno pensó que darían el aviso de que no habría procesión. Don Chema, director de la comisión de piedad popular, tomó la palabra: «Ha dejado de llover. Saldremos al jardín a rezar. Confíemos en que no lloverá más». Alguno se asomó por la ventana: el cielo de nubes oscuras desafiaba la confianza…
No cayó ni una gota. Las velas iluminaron la noche y la imagen de la Virgen de Fátima recorrió el jardín de Bidasoa, acompañada por formadores y seminaristas, que entre misterio y misterio le cantaban.
Después de las letanías, el rector, don Juan, puso de relieve ese detalle del Cielo, que nos regaló aquel tiempo sin lluvia. Y nos animó, eso sí, a pedir una abundante lluvia de vocaciones para toda la Iglesia, de manera especial de vocaciones sacerdotales. Finalmente, terminamos la actividad con un fuerte y sentido: ¡Viva la Virgen!
