Un cántico nuevo para el Señor cada día

ÓSCAR TORRES.- La constitución apostólica Sacrosanctum Concilium del Concilio Vaticano II afirma que el sonido del órgano tubular «puede aportar un esplendor notable a las celebraciones eclesiásticas y levantar poderosamente las almas hacia Dios» (n. 120).

La invención de este instrumento de viento se remonta al siglo III a.C.  en Alejandría, y se le atribuye al ingeniero Ctesibio. Recibió el nombre de Hydraulis, ya que el aire era suministrado a los tubos por bombas hidráulicas que poco a poco se fueron reemplazando por fuelles. Era además el primer instrumento de teclado de la historia. Fue bastante popular desde mediados del siglo I d.C. en Roma, usándose en toda clase de entretenimientos, desde la lucha de gladiadores hasta banquetes. Cuando cayó el Imperio Romano de Occidente estuvo en desuso hasta el siglo X en que fue reintroducido en Occidente desde Bizancio, como regalo de sus emperadores a los emperadores carolingios.

El uso del órgano en la Liturgia

El órgano se fue convirtiendo en el instrumento propio del culto de la Iglesia de rito latino, y para el siglo XIII tenemos el testimonio del erudito franciscano Bartolomeo Ánglico en De proprietatibus rerum (Sobre las propiedades de las cosas) en que afirma que es el instrumento del que hace uso comúnmente la Iglesia, prescindiendo de otros. Con el paso del tiempo el instrumento se fue perfeccionando: creció en tamaño (más tubos, tesitura y diversidad tímbrica), se le añadió el pedal y se fueron superponiendo varios teclados.

Las múltiples posibilidades del órgano nos recuerdan, de algún modo, la inmensidad y la magnificencia de Dios.

Benedicto XVI

El órgano es, también, un signo en la liturgia de la Iglesia. Según el papa Benedicto XVI, la variedad de timbres e intensidades de su sonido «nos recuerdan, de algún modo, la inmensidad y la magnificencia de Dios» y al mismo tiempo tiene la capacidad de recoger en su música la creación entera y los sentimientos del hombre. Por otra parte, es imagen de la Iglesia que debe estar siempre en unidad y armonía como los tubos de un órgano, para alcanzar la consonancia debida en la «alabanza a Dios y en el amor fraterno» (Bendición de un nuevo órgano en Ratisbona, 2006).

Organista de Bidasoa

Desde finales del 2018 soy el organista del Seminario (con la colaboración de varios seminaristas que también tocan) y he sido muy feliz en este encargo, ya que puedo ejercer mi profesión musical orientada al servicio del Señor y de las almas que por medio de la música pueden elevarse a Dios.

En Bidasoa el canto litúrgico está acompañado por el órgano tubular en la Misa diaria y en la Liturgia de las Horas (los domingos y solemnidades). La interpretación de este instrumento sosteniendo las voces del Coro desde el comienzo del día en la Misa, hasta el último momento de oración comunitaria en la noche que es la antífona mariana cantada al final de las Completas, hace concreto lo que dice el salmista: «Desde la salida del sol hasta el ocaso, alabado sea el nombre del Señor» (Salmo 113, 3).

Los seminaristas ofrecemos con nuestra música un Canticum novum cada día para Dios, como nos invita el salmo 97 («cantad al Señor un cántico nuevo»), teniendo en cuenta que la música es siempre nueva: es un arte efímero que fluye en el tiempo. No es posible cantar o tocar de la misma manera en dos momentos distintos.   

Una propuesta              

Me parece importante que, en la medida de lo posible, rescatemos en nuestras parroquias, oratorios y capillas el uso del órgano como instrumento por excelencia de la liturgia latina, ya que así lo ha expresado el Magisterio de la Iglesia en documentos como Tra le sollecitudini (motu proprio sobre la música sagrada promulgado por san Pío X en 1903) y el Quirógrafo sobre la música sagrada (escrito por el Papa san Juan Pablo II en 2003).  

El órgano es, en definitiva, «signo eminente del cántico nuevo que nos manda a cantar Dios», como se expresa en el ritual de bendición de este instrumento. Y es que es tan magnificente y solemne, que incluso se le llama “el rey de los instrumentos” y con toda razón, recordándonos que para la alabanza de Dios la Iglesia debe ofrecer siempre lo mejor que le sea posible.

El autor

Óscar Torres Ávila es seminarista de la Arquidiócesis de Ibagué (Colombia). Organista de Bidasoa, es Maestro en Música con énfasis en piano. Su santo favorito es San Josemaría Escrivá. Le gusta mucho la historia del arte. Estudia 3º de Teología.

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