Ya viene, ya viene…

Avanza el Adviento. La venida del Señor está cada vez más cerca. Señal de ello es que mañana la liturgia, cambiando el color morado por el rosa, nos recordará el gozo del próximo nacimiento del Niño Jesús.

Pero no solo la liturgia nos anuncia la cercanía de la Navidad. Basta con asomarse a las calles para comprobar que las luces navideñas han salido a relucir; que guirnaldas y bolas rojiverdes se han escapado de las cajas que durante casi un año las han tenido prisioneras, para —¡por fin!— decorar algunos establecimientos; y que arbolitos coronados de estrellas se han plantado en varios locales y casas…

No faltara quien diga que estos y otros signos son, lastimosamente, la transformación del misterio del Nacimiento de Jesús en un evento consumista. Y no se puede negar que algo de razón hay en ello. Sorprende cómo ya en el siglo IV San Gregorio Nacianceno señalaba que para celebrar la Navidad no hace falta que los cristianos enguirnaldemos los zaguanes, ni organicemos danzas, ni adornemos las calles, ni ofrezcamos placer a los ojos, ni nos deleitemos con cantos… (cf. Homilía 38). Pero, entonces, ¿está mal embellecer nuestras casas con la decoración navideña?

¡En absoluto! Porque esas cosas que pueden distraernos de lo esencial, que es el nacimiento del Niño Jesús, se pueden convertir en «industrias humanas» que mantengan nuestra mente en una continua presencia de Dios, que sostengan nuestra voluntad en el deseo permanente de la venida del Señor. Cada uno de los detalles de la decoración navideña lo podemos asociar a una intención o a un acontecimiento de la infancia de Jesús, y así «cristianizaremos» nuestro ambiente.

Y si ponemos tanto esmero en la decoración navideña, mucho más ponemos en poner el Belén. No se trata, ni mucho menos, de un detalle más. Es, en palabras del Papa Francisco, «como un Evangelio vivo». Su presencia en nuestros hogares será signo de que la Virgen María y San José, junto con el Niño Jesús, han encontrado posada en nuestros corazones.

El hermoso signo del pesebre, tan estimado por el pueblo cristiano, causa siempre asombro y admiración. La representación del acontecimiento del nacimiento de Jesús equivale a anunciar el misterio de la encarnación del Hijo de Dios con sencillez y alegría. El belén, en efecto, es como un Evangelio vivo, que surge de las páginas de la Sagrada Escritura. La contemplación de la escena de la Navidad, nos invita a ponernos espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre. Y descubrimos que Él nos ama hasta el punto de unirse a nosotros, para que también nosotros podamos unirnos a Él.

Papa Francisco, carta Admirabile signum, n. 1

Durante estos días, en Bidasoa, un grupo de seminaristas se ha encargado de decorar poco a poco la casa. Cada vez se siente más cerca la Navidad; uno a uno, los exámenes van quedando atrás… Y todo —la liturgia, la decoración navideña— nos mantiene expectantes, diciéndonos que Jesús ya viene, ya viene…

Las imágenes son de detalles de la decoración navideña de Bidasoa de este año. Próximamente, publicaremos un videomensaje sobre la Navidad.

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