En el jueves sacerdotal del 26 de octubre, tuvimos la visita de don Mario Grazioso, sacerdote guatemalteco que ha dedicado buena parte de su trabajo a la atención espiritual de seminaristas y sacerdotes. En la breve predicación que nos dirigió durante las vísperas interpeló a “valorar las pruebas que el Señor nos envíe para acrisolar nuestra fe, aunque no comprendamos, ni valoremos lo que aquello vaya a significar para nuestra vida”. Estas pruebas harán que trabajemos en el plan de Dios: “hacer que todas las cosas tengan a Cristo por cabeza”.
Este plan salvador de Cristo se cumplirá siempre, aunque “puede que nos guste mucho o poco, le entendamos o no”; nosotros solo debemos caminar con Jesús y sus discípulos rumbo a Jerusalén donde él nos revelará “los anhelos más profundos de su corazón”. En consecuencia, señalaba, debemos contagiarnos del fuego de Cristo, “el fuego del amor divino que Cristo desea compartir con todas las almas para purificarlas y encenderlas y que nos toca distribuir a nosotros”. Este fuego solo lo encontramos en la escucha y el estudio de su palabra.
Este caminar a Jerusalén junto a Jesús es para recibir su mismo bautizo: la Cruz, donde se hace patente el amor que Dios tiene por cada uno de nosotros. Esa cruz que nosotros también experimentaremos sin olvidar que “la cruz es el momento privilegiado que Dios nos brinda para que seamos capaces de hacer patente el amor de Dios por el pequeño rebaño que nos encomienda”. Nos toca ir por delante de todas las personas que nos rodeen abrazados a la cruz, adorándola, quemando con ella y el evangelio todos los viejos equilibrios de nuestra vidas, pues como comenta el papa Francisco, “el evangelio es como el fuego que irrumpe en nuestra vida quemando todos aquellos viejos equilibrios a los que habíamos llegado con mucho trabajo, que nos han costado mucho esfuerzo y que pensábamos, tal vez equivocadamente, haber alcanzado un alto grado de madurez a la cual el Señor nos pide que alcancemos una nueva madurez”.
Nos invitó a estar en continua acción de gracias al Señor, “que nos mueve el piso para que subamos un escalón más, que nos desafía a salir del individualismo y el egoísmo que siempre nos afecta, aunque creamos que lo hemos superado”; también nos interpeló a aceptar el desafío del Señor que nos invita a pasar de la esclavitud del pecado y de la muerte a la vida nueva del resucitado. “La palabra y la llamada del Señor no debe de dejarnos indiferentes, ellas son el fuego que llega a cualquier hora del día, que nos calientan con el amor de Dios con el que quema nuestros egoísmos, que ilumina nuestras zonas más oscuras y que consume los falsos ídolos que nos hacen esclavos”. Por ello debemos pedir a Jesús que conquiste nuestro corazón y lo llene de paz.
Durante la tertulia, además de darnos noticias de las labores pastorales de los compañeros guatemaltecos que se han formado en Bidasoa, nos contó algunos detalles del trabajo pastoral que ha desarrollado durante 45 años en el área centroamericana y, en respuesta a una pregunta de un seminarista, nos contó su experiencia al conocer a san Josemaría en el año 1974 y sus recuerdos del funeral del santo.